Por Ana Ávila
Detroit, Michigan. – “Nuestro espíritu está con ustedes, quizá no nos vean físicamente, pero aquí estamos, hicimos las pancartas, los carteles, colgamos consignas afuera de nuestras casas”, decía una mujer latina que se subió a una fuente y tomó el altavoz para hablar a nombre del movimiento Cosecha que lucha por los derechos de las personas migrantes en Estados Unidos.
Ella vestía de negro y no dio su nombre. Un pañuelo le cubría media cara. Su inglés con acento latino la ponía nerviosa y a veces trastabillaba. "Nuestro enemigo como personas de color es el mismo, somos atacados a diario por sistemas injustos como la migra y la policía", gritaba.
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Afuera de las oficinas de la policía, cientos de personas la escuchaban y aplaudían. Chiflaban para animarla. El papel que sostenía en las manos temblaba al ritmo de sus manos. Manifestantes afroamericanos, asiáticos americanos, árabes americanos, estadounidenses y, algunos de origen latino, guardaban silencio y le aplaudían.
Este fin de semana, mientras se realizaba el funeral de George Floyd, hombre negro de 46 años, asesinado por un policía blanco en Minneapolis, las calles de Estados Unidos fueron tomadas una vez más por sus ciudadanos, quienes reclamaban igualdad de derechos para todas las razas.
Las personas blancas, en un reconocimiento de su privilegio, se colgaban pancartas en la ropa aceptando que eso no era un pretexto para quedarse sentadas. La justicia no es justicia, si no es para todas y todos.
La mujer latina continuaba. En estos días, podría ser más fácil dejarnos dividir, no podemos permitirlo, aseguraba. "En este momento cuando su rabia ha despertado a todo el mundo (en referencia a las personas negras), no nos podemos olvidar que la lucha colectiva es por nuestra dignidad y respeto, es larga, pero cercana gracias a ustedes".
La marcha comenzó alrededor de las 5:20 de la tarde. El poco español que se escuchaba empezó a regarse y se diluyó entre la multitud.
Dos meses antes del asesinato de Floyd, también en Detroit, un grupo de manifestantes se aglutinaba a las afueras de las oficinas de ICE (Immigration and Customs Enforcement, por sus siglas en inglés). No había ninguna persona latina y daban las gracias al ver a una reportera de origen hispano. Por qué estás aquí, preguntaban como si ellos fueran los entrevistadores.
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En un ambiente inverso, donde los blancos se manifiestan por los derechos de quienes viven y trabajan en Estados Unidos sin documentos, se sorprenden al ver a alguien café, como ellos dicen.
A las afueras de las oficinas de ICE no había ni cafés ni negros. Solo blancos. Quienes trabajan de manera ilegal no corren riesgos ni pasan cerca del edificio. Son fantasmas que trabajan sin ser, aparentemente, vistos. Son quienes limpian las casas y edificios, quienes mantienen vivos los jardines, las siembras, también hay enfermeras y enfermeros, cuidadores de ancianos, trabajadores de la construcción. Se ven unas horas y desaparecen.
Detroit fue una de las ciudades más importantes de Estados Unidos gracias que el corazón de la industria automotriz estaba instalado ahí. A finales de los años 50, tenía una población de casi 2 millones de personas y para 2010, según la oficina del censo estadounidense, la población era de 700 mil. Los peores años fueron después de que las fábricas se mudaron a México, al aprobarse el Tratado de Libre Comercio, entonces conocido como TLC.
La pujante ciudad quedaba vacía. Las casas abandonadas fueron habitadas por enredaderas e insectos. Una oleada de jaliscienses, quienes encontraron en las rentas baratas una oportunidad para vivir, se mudó a la ciudad. No era la primera migración masiva en Detroit, durante la Primera Guerra Mundial hombres mexicanos solos y, en muchas ocasiones con sus familias, encontraron trabajos en la naciente industria automotriz. Dormían en vagones de tren abandonados.
Familias enteras se hacinaban en habitaciones provisionales que construyeron los empresarios automotrices.
Los mexicanos que llegaron a finales de los años 90 se convirtieron en los habitantes de las casas fantasmas. Compartían la ciudad con negros y poblaciones de origen árabe.
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Todavía, durante el recorrido de las marchas de este fin de semana, se veían casas y edificios abandonados; roídos por el tiempo. Los coches de latinos pasaban rápido junto a la turba de manifestantes y sonaban sus cláxones en solidaridad.
Aunque en estos días podría ser más fácil dejarnos dividir, no podemos permitirlo, decía la latina con la cara cubierta antes del inicio de la marcha. "En este momento, cuando su rabia ha despertado a todo el mundo, no nos podemos olvidar que la lucha colectiva que tenemos por nuestra dignidad y respeto, es larga, pero cercana gracias a ustedes. Sigan manteniendo la cabeza arriba. Sigan que nosotros los estamos siguiendo también".
Cinco minutos antes de las 8:00 de la noche, hora en que empieza el toque de queda, un joven negro tomó el altavoz y dijo, se acerca el momento, apreciamos que viniste, te amamos, si quieres, puedes irte ahora. Nadie se fue.
Dieron las 8:00. El joven insistió, ya son las ocho, estás en el centro de Detroit, deberías irte. Nadie se movió. Un minuto de silencio por favor, dijo.
Ahora sí, unidos por el silencio, fantasmas todos.