Estas líneas no pretenden señalar a personas, ni a personajes. No buscan atribuir responsabilidades, ni mucho menos iniciar un debate político en vano. Este espacio, más bien, es para alzar la voz por aquellos que, por miedo o conveniencia, guardan un silencio que a veces se convierte en cómplice. Porque el silencio puede ser más elocuente que mil discursos, pero también más corrosivo si no se usa para buscar justicia. Hoy, es mi deber hablar de Tabasco, una tierra que alguna vez fue llamada "El Edén" y que, en estos días oscuros, parece más un desdén.
"Tabasco es un Edén", dice la canción, y lo fue para muchos en algún momento. Tierra de ríos caudalosos, selvas exuberantes y un calor que, como el alma de su gente, siempre ha sido cálido y vibrante. Pero este Edén ha cambiado. Ahora, su suelo fértil no sólo es testigo de cosechas, sino también de balas. Sus ríos, antaño fuente de vida, hoy reflejan el miedo, la desesperanza de quienes lo habitan, y han cambiado el agua de su cauce, por la sangre de su pueblo. La violencia en Tabasco no es nueva, pero lo que estamos presenciando ha rebasado los límites de lo tolerable, si es que la violencia debe normalizarse o tolerarse.
En los últimos meses, Tabasco ha sido escenario de una escalada de violencia que no distingue clase, edad, ni género. Homicidios, desapariciones, extorsiones y enfrentamientos entre grupos criminales han convertido este estado en un campo de batalla. Las cifras son aterradoras: los asesinatos vinculados al crimen organizado han alcanzado niveles históricos, mientras que los feminicidios y desapariciones han dejado una herida profunda en las comunidades. Los medios documentan casos de personas inocentes que han caído víctimas del fuego cruzado, de comercios que cierran sus puertas por temor a las extorsiones y de familias que han tenido que abandonar sus hogares en busca de seguridad. Pero estas cifras, aunque necesarias para entender la magnitud del problema, no alcanzan a describir el dolor y la desesperación que se viven en el día a día.
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La realidad es que Tabasco ha caído en un ciclo de impunidad y colusión que sólo alimenta esta crisis. ¿Cuántos crímenes quedan sin resolver? ¿Cuántas voces son silenciadas por amenazas? ¿Cuántos funcionarios, cuya tarea es proteger y servir, han preferido mirar hacia otro lado? Es imposible ignorar las voces que denuncian que el Estado no ejerce su monopolio legítimo de la fuerza, y cuando eso sucede, ese vacío siempre será ocupado por el caos.
Sin embargo, hablar de Tabasco no es sólo hablar de violencia, es también hablar de abandono. Porque la violencia no surge de la nada; germina en la desigualdad, en la pobreza y en la falta de oportunidades. Tabasco, a pesar de su riqueza natural y cultural, ha sido históricamente uno de los estados con mayores niveles de rezago social en el país. Los jóvenes, sin alternativas reales de educación y empleo, son carne de cañón para el crimen, que encuentra en ellos soldados baratos para su guerra interminable. Mientras tanto, la corrupción y la negligencia se encargan de desviar los recursos que deberían estar destinados a construir un futuro más esperanzador.
Es momento de que nos preguntemos: ¿qué se necesita para devolverle a Tabasco su dignidad? Porque lo que está en juego no es sólo la seguridad, sino el alma misma de este estado. No basta con desplegar elementos de la Guardia Nacional, aunque su presencia sea necesaria para contener la violencia inmediata. Hace falta un cambio estructural, profundo, que ataque las raíces del problema. Esto implica una política de cero tolerancia a la corrupción, una inversión masiva en educación y desarrollo económico, y un verdadero compromiso con la justicia social. Sin estas acciones, cualquier esfuerzo será un paliativo temporal.
A nivel federal y estatal, las autoridades deben asumir su responsabilidad sin excusas. No basta con expresar condolencias en conferencias de prensa; hace falta rendir cuentas y garantizar que las políticas públicas se traduzcan en resultados palpables para la ciudadanía. La justicia no puede ser un lujo, ni un privilegio reservado para unos pocos. Debe ser un derecho accesible para todos los tabasqueños, desde la pequeña comerciante que enfrenta extorsiones, hasta las familias que han perdido a un ser querido en manos de la delincuencia.
Pero este llamado no es sólo para los gobiernos. También es para la sociedad civil, para los empresarios, para los medios de comunicación y para cada uno de nosotros. Porque si algo nos ha enseñado la historia, es que ningún cambio real ocurre sin la participación de la ciudadanía. Necesitamos alzar la voz, porque cuando callamos, permitimos que el desdén se vuelva norma.
Tabasco no merece ser recordado como un desdén. Merece ser un Edén en el que su gente pueda vivir con seguridad y dignidad. Pero para que eso ocurra, necesitamos más que buenas intenciones. Necesitamos acción, compromiso y, sobre todo, valentía. Valentía para enfrentar a quienes se benefician del caos, valentía para romper con décadas de abandono y valentía para imaginar un futuro diferente.
Hoy, más que nunca, Tabasco necesita de todos. Porque cada silencio que guardamos, cada injusticia que permitimos, cada vez que desviamos la mirada, estamos contribuyendo a que el desdén se haga más profundo. Pero también, cada voz que se alza, cada acción que se toma y cada esfuerzo por construir un mejor futuro puede marcar la diferencia. Tabasco puede volver a ser un Edén.
Tabasco ya no puede permitirse más evasivas, más excusas, ni más discursos vacíos que se diluyen en el aire caliente de su tierra. No se puede seguir tolerando una realidad donde el miedo define el día a día, donde las familias deben mirar por encima del hombro al salir de casa, y donde las cifras de violencia se presentan como un frío reporte burocrático, carente de rostro y de alma. Es una afrenta que ofende no sólo a los tabasqueños, sino a toda la nación. ¿Cómo hemos llegado al punto en el que el "El Edén” se transforma en un territorio donde el crimen, la impunidad y el silencio tejen una red sofocante? La respuesta es clara: por años de abandono, por indiferencia de quienes ostentan el poder y por una ciudadanía que, en algunos casos, ha bajado los brazos.
A quienes tienen el deber de proteger y servir, les digo: la historia no juzga a quienes tienen miedo, sino a quienes, pese a ese miedo, actuaron con determinación. Cada segundo que pasa sin decisiones firmes, sin resultados tangibles, es un segundo que el crimen aprovecha para consolidarse y perpetuar su dominio. Tabasco no necesita héroes, ni mártires, necesita estadistas que entiendan que su compromiso no es con intereses partidistas, sino con la gente que sufre, con la madre que perdió a su hijo, con el comerciante que cerró su negocio, con el niño que hoy crece viendo la violencia como algo normal. La pregunta no es si se puede hacer algo, sino si se tiene la voluntad para hacerlo. Porque quien elige no actuar, ya ha elegido un bando, y ese bando no es el de la justicia.
Nos leemos el domingo. Mientras tanto, te espero en X, como @enrique_pons.