Basado en hechos reales: debates presidenciales sí, detector de mentiras también

Por Enrique Pons Franco

Hoy domingo se celebrará el segundo debate público entre las candidatas a la Presidencia de la República (y el otro candidato). Los temas que se enlistaron para dicho ejercicio democrático fueron: crecimiento económico, empleo e inflación; infraestructura y desarrollo; pobreza y desigualdad; y cambio climático y desarrollo sustentable. Con esos tópicos, y esperando que los participantes le den un dinamismo distinto que el anterior, no se esperan grandes sorpresas.

Como si de un partido de fútbol se tratara, una de las candidatas saldrá a defender el resultado; la otra, tratará de colar alguna que otra jugada para ver si logra sorprender a la defensa y generar peligro en la portería rival; y el otro candidato, bueno, saldrá a lucir el uniforme y posiblemente nos sorprenda con alguna nueva coreografía durante el intermedio.

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Pero bueno, considerando que somos un país de casi 130 millones de mexicanos, el hecho que el primer debate presidencial haya sido seguido solamente por casi 12 millones de personas, deja mucho que desear respecto de la participación ciudadana a la hora de escuchar a sus presidenciables. Por otro lado, también hay que preguntarnos por qué la población no está interesada en escuchar lo que tienen que decirnos los candidatos. Por ello, desde estas líneas, hoy te invito a reflexionar con un tema que debería preocuparnos, pero sobre todo, ocuparnos en torno al conocimiento de la vida pública de quienes aspiran a gobernar, ya sea todo México, o una porción —grande o pequeña— del territorio que lo conforma.

Sí, me refiero, aunque pueda sonar exagerado, a que nuestras y nuestros candidatos a puestos de elección popular de naturaleza ejecutiva (presidente, gobernadores y alcaldes) deberían de acreditar públicamente exámenes de control de confianza. Vamos a ver, en la mayoría de las empresas serias, cuando un aspirante pretende ser considerado a la vacante, hay un área que se encarga de revisar que el futuro empleado reúna requisitos mínimos de confianza.

Encontraría lógico que ante tal planteamiento me respondas: “¿Pero cómo se te ocurre semejante barbaridad?, ¿cómo crees que nuestros incólumes candidatos van a ser sometidos a tan estresante ejercicio?”. Antes que puedas estar en contra de mi planteamiento, déjame contarte que a la mayoría de nuestros policías y también a ciertos empleados públicos federales cuyas funciones tienen que ver con el manejo de dinero, se les realizan dichos ejercicios, los cuales pasan por el aspecto psicológico (para identificar la personalidad); socioeconómico (para revelar su situación jurídica, económica, financiera y patrimonial); médico (para identificar riesgos que impidan el cumplimiento de sus funciones); toxicológico (para detectar la presencia de drogas ilegales o fármacos de uso controlado que generen adicción, alteración en el sistema nervioso o en la salud); y el que más me gustaría ver en un candidato: el poligráfico (sí, el famoso detector de mentiras), para descartar o confirmar conductas de riesgo, verificando y obteniendo información.

Imagina por un momento, que hoy, al momento de prender tu televisión o de contactarte a YouTube para ver el debate presidencial, lo que fueras a ver en tu pantalla se tratase de conocer públicamente el proceso y posterior resultado de tu candidata o candidato, frente a la prueba del polígrafo (sí, la misma que se les aplica a los policías que nos cuidan).

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Me supongo que si tan descabellada propuesta lograse ver la luz frente a todas las resistencias que buscarían el cómo no hacerlo, sería bastante entretenido ver a los representantes de los partidos políticos en un airado debate en el Instituto Nacional Electoral para determinar qué preguntas se les harían a los candidatos presenciales para pasar por el detector de mentiras.

Como hoy estoy más que generoso en eso de aportar ideas para darle un poco de tracción y atracción a lo que hacen, dejan de hacer, proponen o contestan las candidatas presenciales (y el otro señor que baila), aquí les dejo cinco sencillas preguntas cuyas respuestas deberían ser de interés para todos los mexicanos y que no requieren más que un sí o no por respuesta:

  1. ¿En el transcurso de su vida pública o cuando ha tenido otro cargo público, ha cometido algún acto contrario a las leyes?;
  2. ¿De ser electa presidenta de la República, estaría dispuesta a lograr acuerdos o pactos con criminales?;
  3. ¿De ser electa presidenta de la República, ha pensado en ejercer el poder público para fines personales?;
  4. ¿De ser electa presidenta de la República, dejará que sus hijas, hijos y/o familiares intervengan en contrataciones públicas?; y
  5. ¿De ser electa presidenta de la República, castigaría y perseguiría hasta sus últimas consecuencias a miembros de su gabinete que se vean involucrados en actos de corrupción?

Así, con estas breves preguntas te invito a que imaginemos, por un momento, un México en el que cada vez que un candidato presidencial prometiera “cambiar el país”, “reducir la corrupción” o “mejorar la economía”, tuviera que hacerlo con conectado a un polígrafo.

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No sólo podríamos disfrutar de la transmisión en vivo de sus fluctuantes niveles de estrés, sino también veríamos a más de uno sudar frío ante la pregunta: “¿Realmente cree que puede cumplir todas sus promesas electorales?”. La introducción del polígrafo podría revolucionar los debates presidenciales, transformándolos en episodios dignos de un reality show, donde la audiencia no esperaría el momento de un comercial, sino el de una desviación en la línea de la verdad.

Desde una perspectiva más seria, aunque con un toque de sarcasmo, ¿no sería revelador que los candidatos tuvieran que atestiguar la verdad de sus afirmaciones con más que palabras? En un escenario ideal, el polígrafo no sólo mediría la honestidad, sino también la capacidad de los candidatos para mantenerse fieles a sus convicciones bajo presión.

Claro, la política y la honestidad absoluta pueden ser tan compatibles como el agua y el aceite, pero ¿quién puede negar el placer secreto de ver a un político tratando de mantener la compostura mientras el gráfico del polígrafo baila más que las cifras de sus propuestas económicas? Quizás así, entre risas y escepticismo, podríamos acercarnos un poco más a la transparencia que tanto se promete en cada campaña electoral.
 
Así, en lo que pasa este segundo debate presidencial, nos leemos la próxima semana. Mientras tanto, te espero en X (antes Twitter) como @enrique_pons.

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