A la vieja usanza priista, Morena se salvó de la ruptura con el reparto de cargos a los perdedores y su entendimiento con Ebrard: AP

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Foto: Cuartoscuro

AP.- Morena parece haber evitado hasta estas horas la posibilidad de sufrir deserciones de aspirantes a candidaturas, quienes se sienten decepcionados en los preparativos de las elecciones de este 2024.

Marcelo Ebrard, exsecretario de Relaciones Exteriores, anunció hasta este lunes que no dejará el partido que encabeza el presidente Andrés Manuel López Obrador.

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Ebrard intentó obtener la nominación presidencial de Morena en las elecciones internas de junio, pero perdió ante Claudia Sheinbaum, exjefa de gobierno de la Ciudad de México, en medio de lo que, según él, eran encuestas y campañas inadecuadas.

Sin embargo, Ebrard dijo el lunes que había llegado a un entendimiento político con Sheinbaum y que seguiría trabajando como la segunda fuerza de Morena: “Podemos formar parte de una coalición de fuerzas”, afirmó.

El partido corría el riesgo de fracturarse porque fue construido en torno a la personalidad de López Obrador. Él no puede postularse a la reelección y dejará el cargo en 10 meses. Cuando él ya no esté, será más difícil mantener unidos a sus dispares integrantes.

Ebrard dijo que se reunió con Sheinbaum al menos en dos ocasiones y llegó a un acuerdo para trabajar dentro de Morena. No dijo si él desempeñará un papel en su gobierno si ella llega a ser presidenta. Las encuestas indican que es la favorita.

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Ebrard afirmó que Sheinbaum no le ofreció ningún puesto.

El sábado, Morena nombró a sus candidatos para ocho gobernaciones y para la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México, pero en el proceso evitó otra posible deserción de alto perfil.

El partido descartó a Omar García Harfuch, el candidato más popular para la Jefatura, considerada el segundo puesto político más importante del país y una plataforma de lanzamiento para futuras candidaturas presidenciales.

García Harfuch, exsecretario de Seguridad Ciudadana de la capital, encabezaba las encuestas sobre la contienda, pero fue eliminado debido a una cuota de género que requería que hubiera una candidata. El sábado dijo a medios locales que no tenía planes de abandonar el partido.

“Siempre respetaremos la paridad de género y la decisión de nuestro partido”, escribió en redes sociales.

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García Harfuch ganó fama como un jefe de policía duro y eficaz de la Ciudad de México después de sobrevivir a una emboscada en 2020 por parte del cártel Jalisco Nueva Generación en una calle de la capital. Sufrió tres heridas de bala en el audaz ataque, mientras que sus dos guardaespaldas y un transeúnte murieron.

Según las nuevas normas emitidas por las autoridades electorales —que aún están siendo impugnadas en los tribunales—, se suponía que cinco de los nueve candidatos a gobernadores del próximo año serían mujeres.

Si bien las reglas aún están bajo cuestionamiento, Morena decidió respetarlas, según creen muchos, para dejar fuera a García Harfuch y nominar a Clara Brugada.

Sin embargo, frente a la popularidad de López Obrador, sólo ha habido deserciones menores.

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La senadora Lucía Meza, una aspirante en las primarias que no logró asegurar la nominación de Morena, abandonó el partido en el estado de Morelos hace unos días. Meza anunció esta semana que se postulará para gobernadora como candidata de la oposición.

El freno a las deserciones que parece haber aplicado Morena refleja la historia del Partido Revolucionario Institucional (PRI), que sobrevivió décadas en el poder basándose en un conjunto de reglas conocidas como la institucionalidad.

Según dichas reglas, a los presidentes y gobernadores salientes se les permitía elegir personalmente a sus sucesores, pero tenían que retirarse por completo de la política una vez finalizados sus mandatos. Los aspirantes perdedores de las primarias recibían otros cargos en calidad de premios de consolación y se esperaba que los aceptaran sin quejarse.

Pero el sistema, que Morena parece haber replicado, en realidad estaba basado en una propuesta simple: abandonar el partido gobernante no era una opción porque el PRI ganaría inevitablemente.

El PRI conservó la presidencia de México ininterrumpidamente durante 71 años, de 1929 a 2000. Su decadencia se agudizó en la crisis financiera y política de 1994, cuando las facciones priistas comenzaron a atacarse entre sí.

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