Mujeres polacas organizan ayuda humanitaria para migrantes en la frontera con Bielorrusia

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Foto: EFE

EFE.- La crisis en la frontera de Polonia con Bielorrusia ha provocado respuestas ciudadanas como la de Malgorzata Domin, al frente de un grupo de mujeres que atiende a los migrantes con la ayuda más urgente, medicamentos y ropa.

Esa ayuda parece seguir siendo necesaria en días como este sábado, cuando las autoridades polacas aseguraron que otros dos centenares de personas intentaron cruzar esa frontera desde territorio bielorruso y que algunas de ellas se enfrentaron con piedras a la policía.

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Con miles esperando la posibilidad de entrar en la Unión Europea (UE) y en medio de una pesadilla tras la ilusiones que los llevó allí la acción de Domin pretende aliviar un poco la situación creada por el desafío lanzado por el hombre fuerte bielorruso, Alexandr Lukaschenko, a los 27.

Domin nació en Sokólka, justo junto a la frontera polaca con Bielorrusia, y en esa pequeña ciudad ha puesto en marcha una iniciativa llamada Arka que, según dijo a Efe, “no tiene todavía el estatus de fundación, por lo que no puede reclamar ayudas de ningún tipo” y que agrupa desde hace años a varias mujeres decididas a actuar en favor de los más vulnerables.

“Yo misma me crié en un orfanato, del que escapé, y no he tenido una vida fácil”, asegura, “y por eso, cuando gracias a la ayuda de la gente, llegué a tener varias lavadoras y electrodomésticos viejos que aún funcionaban, pensé en compartirlo con quienes tenían menos que yo”.

Su labor desinteresada le valió el aprecio de sus vecinos y les sirvió de inspiración para crear una red informal de ayuda local que últimamente se ha volcado en la asistencia humanitaria a los migrantes ilegales que llegan desde Bielorrusia.

“Comida, ropa de invierno, calzado, pañales para niños… todo vale porque esa gente necesita de todo” enfatiza moviendo sus manos en un gesto que intenta abarcar la habitación, “y le aseguro que todo acaba llegando a quien de verdad lo necesita”.

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Al igual que les ocurrió a los migrantes a los que ayuda, Malgosia, como es conocida entre sus amigas, también lo perdió casi todo cuando, hace unos cinco años, su casa sufrió un incendio.

“Todavía vivo en ella, no tengo otra opción”, explica, “tengo una hija pequeña y me gustaría poder mejorar nuestra situación, pero no terminé mis estudios primarios”. “Si lo hubiera hecho”, dice, “podría haber sido soldado, porque me gusta la caza y soy buena tiradora”.

Domin se define como “protectora”, “capaz de sacar adelante” lo que se proponga, y situaciones difíciles, como la crisis que se vive en la frontera bielorrusa, donde miles de migrantes de países como Irak o Siria tratan de llegar por todos los medios a Europa occidental, le hacen poner sus esfuerzos a la altura de las circunstancias.

“Me gustaría que Arka se convirtiese en una fundación, que tuviera ese estatus”, enfatiza, “porque de esa manera podríamos, tal vez, aspirar a tener ayuda del gobierno o alguna ventaja legal”, dice.

De momento se tiene que contentar con llevar a cabo sus actividades en las casas de sus amigas y en su propio hogar, “que costaría miles de euros reconstruir”, y donde el suelo de cemento y las paredes, afectadas por el incendio, sugieren más un lugar necesitado de ayuda que un lugar desde donde se ayuda a los demás.

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Esta región de Polonia, Podlasia, es una de las que cuenta con las rentas más bajas del país y tradicionalmente se ha considerado como atrasada respecto al resto del país, pero cuenta con una fuerte actividad solidaria de las comunidades locales.

“En seguida nos damos cuenta de cuándo alguien no es de aquí”, afirma riendo, “porque les parece que vivimos en otro tiempo, con costumbres espartanas, y es cierto por ejemplo que mucha gente de Podlasia, aunque podría vivir en mejores condiciones, prefiere aferrarse a las tradiciones y no tener electrodomésticos modernos en su casa”.

La situación generada por la crisis en la frontera ha trastocado la vida de lo que normalmente era una zona un tanto cerrada en sí misma, y con una cultura que tiene mucho en común con Bielorrusia, como giros en el idioma o la religión ortodoxa.

Al caer la noche, como suele hacer desde hace semanas, Domin vuelve a recolectar bolsas con donativos y planificar su reparto usando redes que sólo ella conoce y sólo en ella confían. “Es como si por la noche desapareciese la frontera”, afirma.

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