México 70: A 50 años de que un ‘Rey’ y Brasil conquistaron tierra azteca

PELÉ
México 1970 fue un Mundial inolvidable, el primero en ser transmitido a color, que vio cómo Pelé elevaba su estatus al nivel de leyenda.

Pasaron 50 años y el aire que se respira en el Estadio Azteca todavía guarda el sabor de aquel 21 de junio de 1970, la tarde en que Pelé se consagró como el más grande y México se catapultó a la historia como sede del mejor Mundial que jamás celebrado.

Ha pasado medio siglo y ninguna de las siguientes doce ediciones logró igualar la mística, el futbol y el espectáculo que Brasil, Alemania, Italia, Uruguay, Inglaterra, la Unión Soviética y, también, México regalaron al mundo.

Brasil, por supuesto, por encima de todos. Y Pelé, por descontado, al frente de aquella constelación de estrellas que elevaron el balompié a su máxima expresión.

El momento de Brasil

Cerca de cumplir los 30, la obsesión de Pelé era sumar su tercer título en el que consideraba su última oportunidad. Era ahora o nunca. Y el ahora fue una auténtica fiesta futbolística para cualquiera que pudiera verlo.

Jairzinho se despachó con siete goles (uno por partido), pero el alma del Scratch era Pelé. Cuatro goles y cinco asistencias son números fríos a los que acompaña una imagen icónica del portero inglés Gordon Banks salvándole un remate de cabeza imposible.

O cómo olvidar el ‘no gol’ más famoso de todos los tiempos que protagonizó en la semifinal frente a Uruguay, fintando a Mazurkiewicz con un amague de época sin siquiera tocar el balón y cruzándolo después en exceso para, algo sólo al alcance de los elegidos, colocar una jugada que no fue gol en la leyenda de este deporte.

Sin tocar el balón, Pelé realizó una de las fintas más bellas de la historia al portero uruguayo Ladislao Mazurkiewicz.

Pelé fue un gigante entre gigantes. El líder futbolístico y espiritual de un grupo que se concentró durante dos meses para llegar en plenitud al Mundial y no repetir la decepción del torneo de Inglaterra.

“Entrenamos como un ejército” convino tiempo después el capitán Carlos Alberto para explicar que la preparación fue “excelente”, novedosa a las órdenes de un Mario Zagallo que combinó una disciplina férrea a la hora de trabajar con la alegría que siempre acompañó a los brasileños.

El resultado fue descubrir a una selección prácticamente intocable, sincronizada perfectamente en labores defensivas y mágica de medio campo hacia adelante. Un grupo de colegas en el que la solidaridad fue absoluta en busca de la gloria eterna que no solo Pelé consideró inaplazable.

Todo, sin embargo, pasó a segundo plano ante la majestuosidad de Pelé…

Una final pintada de amarillo

Aquel 21 de junio, 107,412 espectadores (la mayor asistencia a una final mundialista en toda la historia) se dieron cita en las gradas del Coloso de Santa Úrsula para presenciar la proclamación del mejor equipo de siempre en el duelo entre Brasil e Italia.

Pelé, rápido, anotó el 1-0 y al descanso se llegó con empate tras el gol del italiano Boninsegna (el que en Cuartos había empezado a romper el sueño de México), pero la mayor capacidad física y técnica de los brasileños sentenció en la segunda mitad. Gerson, Jairzinho y Carlos Alberto marcaron tres goles, con dos asistencias de O Rei y la Canarinha cumplió el reto máximo de lograr su tercer trofeo, haciéndolo con todos los honores.

Y Brasil cumplió su cometido… Ofreció al mundo un auténtico festival de fútbol. Probablemente se benefició del cansancio de los italianos en la final (después de aquella legendaria victoria sobre Alemania por 4-3 en la prórroga cuatro días antes) y, también, de una historia nunca bien explicada: el cambio de sede para su semifinal frente a Uruguay, prevista inicialmente en el Azteca y que, con los uruguayos ya camino del DF, fue cambiada repentinmente para jugarse en Guadalajara, donde estaba concentrada la selección brasileña.

El recuerdo permanece perpetuo en el imaginario con Pelé en brazos de sus compañeros celebrando con la Copa en sus manos un título eterno. Edson Arantes como máximo exponente del Brasil de los cinco dieces, aquella delantera eterna que formó junto a Jairzinho, Gerson, Tostao y Rivelino y que completó el torneo ideal, ganando todos sus partidos, de principio a fin, con una exhibición tras otra.

La escuadra amazónica ponía a temblar a quien sea con su equipo plagado de figuras.

Checoslovaquia, Inglaterra y Rumanía cayeron en fase de grupos; el Perú de Teófilo Cubillas (gran revelación del torneo y a quien Pelé consideró entonces su sucesor) en Cuartos de Final. Al tiempo que Italia y Alemania disputaban el “Partido del Siglo en la Ciudad de México, Brasil remontaba en Guadalajara a Uruguay en una Semifinal que comenzó con susto (y pavor ante el recuerdo del Maracanazo).

El inicio de la modernidad

México 70 fue el primer Mundial transmitido a color para todo el mundo, el primero con tarjetas amarillas y rojas (aunque curiosamente no hubo ningún expulsado), el primero en que se autorizaron dos cambios por equipo y, también, el primero que se disputó en Norteamérica.

Y fue el certamen más espectacular con una clara vocación al ataque registrando 95 goles en 32 partidos para completar la media más alta en la historia con 2.97 tantos por partido.

La zambullida de Gordon Banks marcó uno de los momentos más icónicos en la historias del futbol.

México fue el primer Mundial en el que los cuatro semifinalistas (Brasil, Italia, Alemania Federal y Uruguay) habían sido con anterioridad campeones y fue, rompiendo moldes en muchos aspectos, el torneo se catapultó a la eternidad.

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