“Sin Miedo a la Verdad”: Suspensión de incredulidad

Sin Miedo a la Verdad busca convencernos. ¿Logra la suspensión de incredulidad?
Alex Perea es Manu en "Sin Miedo a la Verdad" - foto: univisión

Cuando la temporada de una serie arranca con un atentado en el que el Presidente de la República es secuestrado sin que nadie dentro de Palacio Nacional sepa cómo ni a dónde se lo llevaron, es evidente que la historia debe ser tan bien contada como para hacernos creer que, efectivamente, eso podría ocurrir. Porque no estamos hablando de Mordor ni de Westeros, donde la magia o la intervención de dragones puedan sacar del aprieto al narrador: estamos hablando de México. La técnica narrativa que se usa en estos casos se llama “suspensión de incredulidad”, es decir, todo está tan bien armado que el público te compra la idea.

Ya hace un par de años, Argos nos intentó vender algo similar con “Ingobernable” (Netflix) donde Kate del Castillo era acusada de matar al presidente, su esposo. Y hace un par de años, la venta fracasó rotundamente: en Memelandia (las redes sociales) “Ingobernable” fue bautizada como “Insoportable”.

“Ingobernable”: otra serie que quiso convencernos de las intrigas detrás del poder y se quedó muy corta. Imagen: Netflix

Ahora, Rubén Galindo y su equipo de producción nos trae un nuevo intento por contar esa historia. La tercera temporada de “Sin Miedo a la Verdad” arranca con un atentado en el que el Presidente de la República (Eduardo Yáñez) es secuestrado sin que nadie dentro de Palacio Nacional sepa cómo ni a dónde se lo llevaron (¿notaron la repetición? Es intencional…)

Valiente inicio, pero desde ahí hay cosas que no terminan de encajar. ¿Un dron con una carga explosiva revienta frente una ventana abierta, pero luego vemos ese mismo dron tirado en el piso, nada más un poco empolvado? Vaya explosivo más selectivo… No ayuda mucho en la suspensión de incredulidad…

Eduardo Yáñez es “El Presidente” – foto: televisa

Pero dejemos de lado los detalles técnicos. Concentrémonos en la historia. Luego del atentado, vemos una serie de escenas donde personaje “A” se entera de que hubo un atentadoen el que el Presidente de la República es secuestrado sin que nadie dentro de Palacio Nacional sepa cómo ni a dónde se lo llevaron. Personaje “A” se lo cuenta a personaje “B”. Luego, personaje “B” le cuenta a personaje “C” que hubo un atentado en el que el Presidente de la República es secuestrado sin que nadie dentro de Palacio Nacional sepa cómo ni a dónde se lo llevaron. Y luego… bueno, pasan veinte minutos del viejo problema de las telenovelas: nos quieren hacer creer que es interesante ver las caras que pone todo el elenco cuando se enteran de lo que pasó…

Porque la historia en este primer capítulo avanza muy, pero muy poco. Manu (Alex Perea), el protagonista, se la pasa encerrado en una sala de interrogatorios, sin poder hacer nada. El presidente es torturado por un encapuchado de acento colombiano, presumiblemente mandamás de la “mafia del poder”, una especie de “Hydra” que busca dar un golpe de estado en el país. Ah, y Escamilla (Fermín Martínez), el malo más malo de Malolandia, es nombrado procurador de justicia porque eso es lo que necesita la trama. Y para recordarnos que es el malo más malo de Malolandia, mientras hace su toma de posesión, vemos un montaje de todos los asesinatos que ha cometido desde que empezó la serie. Este tipo es peor que Hannibal Lecter… y mucho menos inteligente.

Y eso es todo. A lo mejor los guionistas (trabajan en equipo, aunque el crédito en pantalla sea sólo de Rubén Galindo) creyeron que si nos repetían suficientes veces la historia del atentado y el secuestro y el cómo nadie supo cómo ni a dónde se llevaron al presidente, terminaríamos por creerles. Pero la ficción no funciona así.

Para que haya una real suspensión de incredulidad, debe haber inteligencia en la narración de la historia. En el caso de “Sin Miedo a la Verdad”, lamentablemente, prefirieron irse por el camino más sencillo.

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